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ARQUITECTURA HOSTIL Y EL DERECHO A SENTARSE

Por: Alejandra Yanet P.

El espacio público y su diseño son bases fundamentales para que la sociedad funcione como un todo y para aportar al comportamiento de la misma dentro de la ciudad. Sin embargo, también puede llegar a ser cuestionado por lo fácil que puede llegar a ser manipulado para conseguir un fin en específico. Es decir, la arquitectura y el diseño también son herramientas para conformar ideales, conceptos, modos de vida y hasta corrientes políticas, las cuales pueden ser perjudiciales para algunos grupos de la sociedad. Por consiguiente, en la actualidad, y a lo largo de la historia, el diseño se ha encargado al mismo tiempo de generar exclusión a tal punto que se vuelve hostil para los seres vivientes que circulan y permanecen en la ciudad.



Es así como bancas, postes de luz, espacios públicos, bolardos, marcos de ventanas, entre otros. Se han convertido en elementos que no invitan a las personas a utilizarlos. Todo lo contrario, se han convertido en elementos que, a partir del uso de otros objetos, agreden física y psicológicamente a las personas, enviando el mensaje evidente de “prohibido estar/dormir/permanecer/pasar aquí”.

Un ejemplo claro, es la banca típica de espacio público diseñada para un parque, estación de bus o tren. A simple vista, la banca sólo es para sentarse. Sin embargo, los objetos son sujetos a cambios variables dependiendo del clima, la hora y las dinámicas urbanas que ocurren a su alrededor. Es así, como una banca puede pasar de ser sólo eso, para convertirse en una tarima, un comedero para palomas, un bar y hasta una cama. Teniendo en cuenta lo anterior, sutilmente, las bancas comienzan a tener otra serie de objetos dentro de ella para evitar este tipo de usos (como dormir), sin embargo, la imposición de estos objetos comienza a volverse agresores para las personas y los animales que conviven en un espacio. Desde topes, chuzos, apoyabrazos hasta diseños que son pensados para que sea imposible permanecer ahí, la arquitectura y el diseño hostil se han vuelto más comunes en las ciudades. Más de lo que pensamos.

Y es que ya son tan comunes, que no son fáciles de percibir. Las personas se acostumbraron a que una banca de parque debe ser así, que las vitrinas pueden tener taches puntiagudos para que los habitantes de calle no se refugien de la lluvia, o que los postes o iglesias deben tener chuzos para que las palomas no permanezcan en estos lugares. Es decir, ya hace parte de la cotidianidad, se vuelve parte del paisaje urbano y por ende un deber ser.

Es en este punto donde la discusión comienza a obtener varios tonos, comienzan los cuestionamientos referentes al espacio privado de uso público o a la defensa del espacio público. ¿Es decir, hasta donde es permitido que las personas hagan lo que quieran en un lugar, hasta qué punto está permitido alguna actividad o acción en zonas que cualquier persona tiene acceso?

Comienzan los temas legales, los derechos a realizar estas prácticas porque alguien es dueño de una propiedad o es un espacio privado de uso público y es totalmente válido hacer esto según la ley. Sin embargo, ¿qué pasa con la ética? ¿Por qué el poseer algún espacio te da el derecho de agredir indirectamente a un ser vivo?

Teniendo en cuenta lo anterior, es importante plantear los límites necesarios para que los dueños de propiedad privada hagan buen uso de su espacio de uso público sin que se vulneren los derechos de ninguna población en específico.

Es notorio que la arquitectura hostil afecta a un grupo de la sociedad y por ende segrega, lo cual es posible que cause los problemas sociales que grandes ciudades viven y por consiguiente es una forma de generar un paradigma difícil de disolver. En todo caso, es importante que estas prácticas tan arraigadas sean observadas, analizadas y si es posible abolidas, debido que las ciudades y el espacio público deben proporcionar los derechos básicos a las personas y/o seres que transitan dentro de ella, como por el ejemplo el derecho a sentarse. Es importante resaltar que el urbanismo debe promulgar la sensación de pertenencia: tener la sensación de que la ciudad te pertenece pero que al mismo tiempo tu permaneces a ella.


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