Maternidad y movilidad: Cuando la maternidad redefine la movilidad: Una reflexión personal sobre las ciudades sostenibles
- Salome Taboada

- 16 jul
- 4 Min. de lectura

Mi forma de moverme ha cambiado por completo con la maternidad. De todas las cosas que imaginé, cuando decidí agrandar la familia, nunca estuvo en mi mente que la maternidad y la movilidad se transformaran tanto. Ya durante el embarazo, en mis trayectos por Londres en tren y subterráneo, empecé a notar, con agudeza, que las escaleras me parecían interminables, los ascensores lejanos (cuando los había), la falta de asientos disponibles en hora pico era un calvario y, además, por un temor razonable a las caídas e incidentes tuve que abandonar mis desplazamientos en bicicleta. Aun así, creí que todo ello sería pasajero y que luego del embarazo, todo volvería a ser como antes.
Pero no fue así, La maternidad trae consigo nuevas maneras de movernos, nuestras ciudades no están preparadas para que las ciudades sean seguras, cómodas y amables para todos.

Moverme con un bebé ha redefinido, aún más, mi día a día. Tanto es así, que ocurrió lo que hasta hace poco me parecía impensable: pague por un carro. No escribo estas líneas para justificar esa decisión ni para otorgarle algún tipo de sentido moral que me permita digerirla más fácilmente. Escribo estas líneas para abrir una reflexión desde una mirada que muchas veces no es tomada en cuenta en la conversación sobre ciudades sostenibles: es la mirada desde las familias.
Para empezar, he de decir que el carro no es del todo mío. En realidad, pago por acceder a su uso. El mercado automotriz se ha adaptado al nuevo concepto de mobility as a service (MaaS), con el fin de ofrecer múltiples formas de acceso a un vehículo: leasing, suscripción, compra flexible. Este cambio en la lógica de la tenencia de vehículos refleja una transformación aún más amplia: ya que no se trata solo de poseer, sino de usar lo que se necesita, cuando se necesita. Una flexibilidad que, al menos en el papel, promete eficiencia y rapidez.
Cuando firmamos los papeles del vehículo nos tomamos una foto con el coche, como muchas familias lo hacen, pero, debo confesar que no tarde en sentirme avergonzada, pues hace más de seis años trabajo por la movilidad sostenible. Sin embargo, ahí estaba yo, comprando un carro a gasolina, porque no logré convencer a mi pareja de optar por un híbrido o un eléctrico. Las cuentas no daban y la infraestructura de mi ciudad tampoco ayudó.
La decisión no fue tomada al azar, el modelo elegido pasó una prueba clave: debía tener suficiente espacio en el maletero para el carrito del bebé. Esta evaluación práctica me la enseñaron otras madres: unas prueban cómo encajan las sillas de seguridad, otras si entran sin problemas los equipos deportivos de sus hijos. La pregunta que me surgió con esta experiencia fue si quienes diseñan buses, trenes o ciclo-infraestructura consideran este tipo de evaluaciones que hacen las familias con hijos. ¿Piensan en las dimensiones necesarias para que un cargo bike pueda circular con seguridad? ¿En las paradas de bus que se vuelve insoportable, sin techos, bajo olas de calor, cuando se esperar el medio de transporte con un niño en brazos? Mi respuesta es que no, aún no pensamos en las necesidades de las familias.
Hoy recuerdo tantísimas lecturas que hice de textos en los que se afirmaba como “la accesibilidad beneficia a todos”. Hoy lo vivo, casi como un karma. Desde que soy madre, veo las aceras de otra forma. El “diseño universal”, antes parte de mi vocabulario profesional, ahora es una necesidad cotidiana. Esto lo vivo cada día, los bordillos son altos, las rampas inexistentes, las aceras estrechas, los espacios imposibles para maniobrar con el cochecito del bebé... Ya no son solo, para mí, errores de planificación: son barreras reales que condicionan cada desplazamiento y cada decisión.
También, vuelvo a aquello que tantas veces discutimos en foros: que la movilidad es, sobre todo, acceso a servicios. Esto, lo he sentido con fuerza, pues llevar a mi hijo a una guardería ha puesto en evidencia nuevas tensiones: la paradoja de vivir en el centro de la ciudad —donde en teoría todo es más accesible— y tener que usar el carro para llevarlo a un centro infantil. La falta de oferta en radios caminables es otra consecuencia de la gentrificación de las ciudades, con ella se han vaciado de residentes los centros urbanos y desplazado servicios esenciales.
Lo anterior es un desafío directo al modelo de la “ciudad de los 15 minutos”. Sobre el papel, todo servicio esencial debería estar al alcance de un cuarto de hora a pie. En la práctica, muchas familias deben elegir entre vivir en zonas bien conectadas, pero sin escuelas cercanas, o mudarse a suburbios con servicios, pero donde el auto se vuelve indispensable.
He visto incluso hogares que tienen dos vehículos para poder cumplir con la logística diaria: colegio, actividades extraescolares, consultas médicas. La multimodalidad, que funcionaba bien antes de ser madre, se vuelve difícil de sostener en este nuevo escenario.
Y entonces me pregunto: ¿están nuestras ciudades sostenibles pensadas realmente para las familias?
Promover el transporte público y la movilidad activa es clave para una ciudad descarbonizada, pero ¿cómo se integran estas estrategias a las realidades de quienes cuidan? ¿Dónde quedan las necesidades logísticas, emocionales y físicas de las familias con niños pequeños?

La sostenibilidad urbana no puede limitarse a eficiencia energética y reducción de emisiones, ella tiene que incorporar, además, la equidad social, la accesibilidad real y la funcionalidad para todos los grupos demográficos. Una ciudad verdaderamente sostenible solo es aquella que permite que madres, padres, personas mayores, con discapacidad o con cualquier condición de vida, puedan habitarla dignamente.
El propósito de esta reflexión no es mostrar que, en determinados casos, no hay otra opción que el uso del auto privado. Lo que se busca es visibilizar una tensión no resuelta entre sostenibilidad ambiental y sostenibilidad social. Si queremos ciudades verdaderamente sostenibles, es preciso pensar en soluciones más integrales: transporte público adaptado, servicios de proximidad accesibles en todos los barrios, sistemas de movilidad compartida funcionales para la vida en familia.
La maternidad me ha enseñado que la sostenibilidad no puede quedarse en resolver asuntos generales, sino que debe reconocer las diversidades. Debe traducirse en condiciones reales que permitan vivir bien, cuidar y moverse dignamente. Solo así podremos construir ciudades que sean, de verdad, para todos.




Comentarios