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El espacio público no es un lugar: es la gente quien hace de un espacio un lugar

Diseño de unas bancas con jardineras para una esquina en Popayán

Para nadie es un secreto que cuando hablamos de espacio público generalmente lo asociamos de manera inmediata a plazas, parques, calles, andenes y otros entornos abiertos y accesibles a toda la gente. Sin embargo, una reflexión más profunda nos invita a cuestionar esta concepción inicial: ¿puede un espacio ser verdaderamente público en ausencia de quienes lo habitan y le dan un significado? Esta pregunta nace desde un recuerdo de infancia cuando junto a un grupo de amigos que nos sentábamos en una esquina, sobre unos troncos improvisados como bancas y unos restos de placas de concreto, lográbamos consolidar un lugar como nuestro nido de encuentro. A partir de este recuerdo se genera una reflexión que surge a partir de una idea central: el espacio público no es un lugar en sí mismo, sino la gente que transforma un espacio en un lugar.

Desde una mirada tradicional, el espacio público se define como aquel que pertenece a todos, gestionado por la comunidad o el Estado, y destinado al libre uso colectivo. No obstante, esta definición omite la interacción humana. Sin la presencia activa de las personas, sin las dinámicas sociales que en él se desarrollan, cualquier espacio físico permanece como un mero escenario vacío, carente de identidad y de sentido.

La vitalidad del espacio público depende, en esencia, de su apropiación social. No basta con la existencia de infraestructuras o mobiliarios urbanos; es la vida cotidiana, los encuentros fortuitos, las actividades espontáneas y organizadas las que lo dotan de significado. Una plaza, por ejemplo, permanece como un vacío de concreto y vegetación hasta que se llena de niños que juegan, parejas que conversan, músicos que interpretan melodías o ciudadanos que protestan y celebran. De igual manera, un andén, una celda del parqueo, una esquina o un lote baldío, puede transformarse en un espacio de encuentro comunitario cuando vecinos conversan, vendedores ambulantes ofrecen sus productos o artistas callejeros exhiben su talento.


Parques de Medellín organizados por tamaño

Este fenómeno de resignificación enfatiza que el espacio público no puede concebirse únicamente como un objeto material, sino como un proceso social en constante construcción. Un proceso donde nosotros como ciudadanos cumplimos el papel más importante, ya que mediante nuestras manifestaciones logramos darle la vocación por la cual fue concebido y diseñado ese espacio. La relación entre los ciudadanos y su entorno urbano es lo que define el verdadero carácter de los espacios públicos. Dicho de otro modo, son los usos, apropiaciones y resignificaciones diarias los que convierten un espacio físico en un lugar cargado de significado cultural, emocional y simbólico.

Cabe destacar que la apropiación del espacio público no siempre ocurre de manera espontánea; en muchos casos responde a políticas públicas que fomentan la participación ciudadana, a procesos de urbanismo táctico o a iniciativas comunitarias que buscan revitalizar zonas abandonadas o degradadas. No obstante, incluso en ausencia de planificación, el simple hecho de la presencia humana genera dinámicas de uso que configuran nuevas identidades para esos espacios.

 

De acuerdo a lo anterior, reconocer la centralidad de las personas en la construcción del espacio público implica repensar las estrategias de diseño urbano y gestión territorial. Más allá de la infraestructura, es fundamental crear condiciones que inviten a la convivencia, al encuentro, a la diversidad de usos y expresiones. Espacios flexibles, accesibles, seguros y estimulantes son aquellos que mejor cumplen su función social, precisamente porque logran atraer y sostener la vida en comunidad.

Es en ese sentido que el urbanismo táctico se ha convertido en una herramienta para testear intervenciones en el espacio público de manera temporal, antes de ser ejecutadas de manera permanente. Pero más allá de verlo como una simple estrategia de ejecutar proyectos temporales, con bajo presupuesto, debemos entenderlo como un instrumento para la manifestación social y urbana de la sociedad.

 

La lucha por reestablecer los derechos para vivir mejor de manera colectiva y en sociedad, no es más que un llamado a mejorar las condiciones socioculturales, físico espaciales, ambientales y económicas. Saldando las históricas deudas sociales que poseen nuestras ciudades y que pueden establecer a través del Urbanismo Táctico, el instrumento que permite desde las manifestaciones colectivas, el mejoramiento desde lo físico espacial y ambiental, el fortalecimiento del capital social de nuestras ciudades que trasciendan más allá de lo tangible. (Luna E.M. y Zapata A.F., 2020, p.6).

 


imagen de parking day en Provenza Medellín

En definitiva, el espacio público no puede entenderse únicamente como un elemento físico dentro de la ciudad; es, ante todo, un reflejo de la vida social que lo dinamiza y le otorga sentido. Reconocer esta dimensión humana nos invita a asumir un rol activo en su construcción y cuidado, entendiendo que cada encuentro, cada interacción y cada manifestación colectiva contribuyen a transformar los espacios en verdaderos “lugares” que cuentan con todo un carácter de pertenencia. Así, el desafío contemporáneo radica en fomentar comunidades que, a través de su presencia y participación, sigan dando vida a los espacios públicos que habitamos.

Por lo tanto, la pregunta que surge es inevitable: ¿qué estamos haciendo nosotros, como ciudadanos y como sociedad, para convertir los espacios que habitamos en verdaderos lugares de encuentro y significado? La construcción del espacio público es, en última instancia, un acto colectivo que exige nuestra participación activa, consciente y comprometida.

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